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sábado, 12 de mayo de 2012

EL ENEAGRAMA DE LA LIBERACIÓN



LA
SABIDURIA
DEL
ENEAGRAMA
DON RICHARD RISO
&
RUSS HUDSON


EL ENEAGRAMA DE LA LIBERACIÓN:
Después de años de reflexión sobre el proceso de transformación, los Richard y yo comenzamos a ver que, siempre que observábamos una reacción defensiva o un comportamiento limitador y nos liberábamos de él, seguíamos espontáneamente una determinada secuencia. Vimos que ese aspecto de la liberación no se producía simplemente por tener la intención de liberarnos de un hábito problemático; no era cuestión de fuerza de voluntad. Sin embargo, muchas veces ocurría que ciertos hábitos o reacciones desaparecían espontáneamente, o al menos eso nos parecía, y quisimos descubrir cuáles eran los ingredientes que facilitaban ese proceso. Dado que, gracias a Gurdjieff, sabíamos que el eneagrama también se puede usar como modelo de procesos, ordenamos nuestras observaciones alrededor del símbolo del eneagrama y creamos lo que llamamos El eneagrama de la liberación.
Esta es una práctica que se puede hacer en cualquier momento. Se siguen nueve pasos que corresponden a los nueve puntos situados alrededor de la circunferencia del eneagrama, aunque estos pasos no están relacionados con los tipos de personalidad. Los diagramas al margen ilustran el proceso de los nueve pasos.
El proceso siempre comienza en el punto Nueve, al que le hemos asignado la cualidad de la presencia. Si no tenemos un grado de presencia no podremos dar ni siquiera el primer paso. La presencia nos permite ver que estamos en un estado de identificación.
Observa que hemos de completar cada punto para poder pasar al siguiente, y que el proceso es acumulativo: al pasar a cada nueva fase llevamos con nosotros las cualidades de los pasos anteriores. Con la práctica, se acelera el proceso de liberarnos tras pasar los primeros puntos. Así pues, estar presentes lo suficiente para atestiguar que nos identificamos con un estadonegativo o no deseado nos permite pasar al punto Uno.



En el punto Uno, con la ayuda de la presencia, logramos «verlo»; vemos que estamos identificados con algo, una opinión, una reacción, la necesidad de tener razón, una ensoñación agradable, un sentimiento doloroso, una postura, casi cualquier cosa. Reconocemos que estamos atascados en algún mecanismo de la personalidad y que hemos estado en un trance. Ese es el fenómeno al que antes hemos llamado sorprendernos en el acto. Siempre se ex-perimenta como un despertar, como un «volver a los sentidos».
En el punto Dos nombramos conscientemente el estado que acabamos de reconocer; «lo decimos»: «Estoy enfadada», «Estoy irritable», «Tengo hambre», «Estoy aburrido», «Estoy harta de esto y aquello», «Esto no me gusta». Simple y francamente nombramos el estado en que estamos, sin analizarlo ni juzgarlo.

En el punto Tres, el proceso pasa de la mente al cuerpo: «lo sentimos». Todos los estados emocionales o mentales intensos producen algún tipo de reacción física en el cuerpo, algún tipo de tensión. Una persona podría notar, por ejemplo, que siempre que se enfada con su cónyuge aprieta las mandíbulas y tensa los hombros. 
 Otra podría notar que cuando está enfadada experimenta una sensación de ardor en el estómago. Y otra podría descubrir que entorna los párpados cada vez que habla consigo misma. El miedo podría hacernos sentir «electrizados» o hacernos encoger los dedos de los pies o retener el aliento. En el punto Tres sentimos, percibimos esa tensión; no pensamos en ella ni la visualizamos, simplemente la sentimos, tal como es en el momento.
En el punto Cuatro «permanecemos con la sensación» de tensión o energía que hemos localizado en el cuerpo. En este punto la tentación es decir sencillamente: «Bueno, estoy enfadado y tengo la mandíbula apretada. ¡Vale, lo entiendo!». Pero si no permanecemos con
esa tensión, no nos liberaremos de ese estado. Además, si logramos estar con ella, podrían aflorar sentimientos de dolor o ansiedad emocional. Si ocurre eso, necesitamos compasión por nosotros mismos para ser capaces de estar presentes ante esos sentimientos.
Lleva tiempo interesarnos por la simplicidad de experimentarnos de este modo. Nos gustaría que el proceso de crecimiento fuera más interesante y espectacular, y no nos apetece pasar un tiempo con el dolor de nuestras tensiones. Sin embargo, si no lo hacemos cualquier experiencia extraordinaria que tengamos tendrá poco efecto real en nuestra forma de vivir la vida.

 En el punto Cinco, si hemos pasado por los cuatro primeros pasos, notaremos que algo se abre en nosotros y que las tensiones se desvanecen: nos «relajamos»; nos sentimos más livianos y despiertos. No nos obligamos a relajarnos, sino que al permanecer con las tensiones y sensaciones del punto Cuatro, permitimos que se manifieste en nosotros el proceso de relajación.
Relajarse no es insensibilizarse o desmadejarse. Sabemos que estamos relajados cuando experimentamos nuestro cuerpo y nuestros sentimientos con más nitidez y profundidad. Al relajarnos podríamos dejar al descubierto capas más profundas y entonces surgiría la ansiedad; esta ansiedad volvería a producir tensión, pero mientras logremos permitir la relajación y la sensación de ansiedad, continuarán desvaneciéndose los estados que nos han tenido atenazados.
Así como las tensiones físicas se disuelven cuando las percibimos, permanecemos con ellas y nos relajamos, lo mismo ocurrirá con los hábitos emocionales que las generaron, sean cuales fueren. El acto de sacar a la luz de la conciencia las tensiones y pautas emocionales las disuelve.
En el punto Seis nos acordamos de respirar: «respiramos». Esto no significa hacer fuertes inspiraciones y espiraciones como si estuviéramos practicando el método Lamaze. En realidad sólo significa ser más conscientes de la respiración; dejamos que la relajación del punto Cinco «llegue a» la respiración. Esto es importante porque cuanto más metidos estamos en los asuntos de la personalidad más constreñida y superficial es nuestra respiración. Podríamos notar, por ejemplo, que cuando estamos en una situación ligeramente estresante (mientras conducimos un coche o terminamos un trabajo urgente) nuestra respiración se hace más superficial. Respirar nos estabiliza y nos ayuda a liberar la energía emocional. Cuando respiramos más profundo y más relajados continúa cambiando la forma de nuestras tensiones. No intentamos escapar de la o las emociones que surjan sino que continuamos respirando con ellas. Al hacer esto tal vez tengamos la sensación de que nos ensanchamos, nos expandimos. Nos sentimos más «reales», más centrados.
En el punto Siete «reconectamos» con una percepción más completa de nosotros mismos y del mundo que nos rodea. Comenzamos a dejar entrar en la percepción consciente otras impresiones sensoriales: podríamos comenzar a percibir la luz del sol en la pared o la temperatura y la calidad del aire. Podríamos percibir la textura y el color de la ropa que llevamos puesta.
Reconectar significa abrirnos a la parte de nuestra experiencia a la que antes no teníamos acceso. Descubrimos que cuando realmente conectamos con nuestra experiencia, no está ligada a nuestras asociaciones habituales. Se desvanecen nuestros objetivos, planes y guiones. De pronto vemos u oímos, y percibimos con mayor claridad, interior y exteriormente.
Si teníamos un problema con otra persona, no reaccionaremos ante ella de la forma como solíamos hacerlo. Cuando estamos hipnotizados por la personalidad, creemos saber cómo es esa persona «siempre» y lo que va a hacer, pero cuando reconectamos con ella nos damos cuenta de lo mucho que no sabemos de ella. Valoramos y respetamos el misterio de su ser, porque estamos más conectados con nuestro Ser. Una vez que nos permitimos «no saber» lo que va a hacer o a decir esa persona, o lo que está pensando, se hace posible una relación con
ella mucho más real e inmediata.
En el punto Ocho, «reenmarcarnos» la situación que creíamos que causaba nuestros problemas; vemos toda la situación con una luz más objetiva, y desde ese equilibrio y claridad descubrimos la manera de enfrentarla con más eficacia.
Por ejemplo, si uno está enfadado con alguien, podría ver el sufrimiento y el miedo de esa persona y ser capaz de hablarle con más compasión y aceptación. Si nos sentimos abrumados por un problema, reconectar con algo más real de nosotros nos da la capacidad de ver que en realidad estamos a la altura de la tarea; o tal vez de ver que el problema es mayor de lo que somos capaces de resolver y necesitamos ayuda. En todo caso, reenmarcar coloca el problema y a nosotros mismos en una perspectiva mucho más amplia.
Por último, volvemos al punto Nueve, en donde nos abrimos a más presencia y, con ella, a más percepción. Con esa mayor capacidad es mucho más fácil volver a hacer los nueve pasos si es necesario.
Cuando comenzamos a usar «El eneagrama de la liberación» podríamos advertir que nos quedamos atascados una y otra vez en un mismo lugar (o «punto») del proceso. Por ejemplo, vemos algo, lo decimos y no continuamos adelante; incluso podríamos notar que estamos tensos, pero nos despistamos antes de poder permanecer con la tensión el tiempo suficiente para que se disuelva. Es muy útil entonces fijarnos en qué punto abandonamos el proceso, porque tal vez convenga poner más atención a ese punto.
A medida que practiquemos este método, nos será más fácil y rápido seguir los puntos del círculo. Además, cuanto más avanzados estemos en la secuencia más difícil resultará separar los pasos; es posible tener más dificultad en la primera parte del proceso, pero una vez que empezamos a avanzar hacia la presencia, esta apoya cada vez más la actividad.
La práctica del eneagrama de la liberación profundiza y expande la experiencia fundamental de nosotros mismos. Estamos más relajados, vivos y conectados con nuestro ser y con nuestro entorno, y más receptivos a la gracia. Podría sorprendernos la diferencia entre cómo nos experimentamos después del proceso comparado con cómo nos experimentábamos antes de pasarlo. Hemos usado la escoria de la personalidad y, colaborando con algo que nos trasciende, la hemos convertido en oro.

domingo, 22 de abril de 2012

La Circulación de los tipos: ENEAGRAMA ESENCIAL Joel Friedlander



ENEAGRAMA ESENCIAL Joel Friedlander

Tipos Humanos. Como descubrir nuestra esencia a través del
ENEAGRAMA
 De Joel Friedlander, Edit. Sirio cuarta edición 2004
La Circulación de los tipos:



Circulación de los tipos: Esta ilustraciones de los diferentes tipos pretenden mostrar la progresión de la “energía”  en su movimiento a través de los diversos tipos humanos. Tradicionalmente, se sitúa en el comienzo al Lunar. Puede verse la sutil transición que se va operando de un tipo a otro. Desde el jovial-lunar, el flujo vuelve al lunar, para comenzar de nuevo. El tipo solar se muestra a la separado, fuera de la circulación general.




En el flujo está el remedio
El flujo del eneagrama contiene, sin embargo, el remedio que cada tipo necesita para superar su propio desequilibrio. Observando el tipo siguiente y la fuerza inherente al mismo, cada uno de nosotros hallará todo lo necesario para compensar sus propias debilidades.

Lunar a lunar-venusino a venusino a venusino- mercurial a mercurial a mercurial – saturniano a saturniano a saturniano- marcial a marcial a marcial- jovial a jovial a jovial- lunar.

Por ejemplo, el lunar , que no puede evitar mantenerse frío y distante incluso en medio de una tormentosa pasión, hallará su antídoto en la calidez y apertura de Venus. Si lograra incorporar a sí mismo estas cualidades, su angustia se calmaría, y sería capaz de comunicarse con los demás. Tanto la dinámica de esta circulación de los tipos a través del eneagrama, como el conocimiento psicológico y el equilibrio personal que posibilita, constituye una invaluable contribución al estudio de los tipos humanos.  A medida que en los capítulos siguientes vayamos examinando cada uno de los tipos, iremos viendo el significado que ésta circulación tiene para cada uno de ellos.

Antes de ello consultar:

Podemos también trazar sobre el eneagrama un cuadro de las fuerzas que atraen a uno u otro tipo, o que le repelen y rechazan. Al hacerlo, descubriremos que los opuestos se atraen y que las mezclas de opuestos generan mezclas de atracción.

Situados en lugares opuestos del eneagrama, los pares de tipos que son atraídos uno hacia otro poseen cualidades que, al combinarse, generan una difícil pero fascinantes atracción. Saturno, que 

es positivo, activo y paternal, atrae y es atraído por el tipo lunar, que es infantil y pasivo, es el complemento. El llamativo Jovial, positivo y pasivo, es complemento ideal del ingenioso, negativo y activo Mercurio. Marte halla una excelente acogida para su energía activa y negativa, en el receptivo Venus. Las atracciones del solar, tipo que se mezcla con los otros seis, y son las mismas que existen entre los restantes tipos.
Estos vínculos, existentes entre los tres pares de tipos, son un reflejo de las relaciones universales. La relación Luna – Saturno, refleja las tiras y aflojas de nuestra conexión con la familia; no es algo muy aparente, pero su fuerza es enorme. La combinación de los tipos mercurial y jovial simboliza nuestras relaciones sociales, las idas y venidas de nuestro círculo de amigos, donde se acentúa la variedad, la espontaneidad y el ingenio. La unión existente entre Marte y Venus vibra con la intensidad que se da entre los amantes , y es en ella donde se suelen dar las emociones más tumultuosas.
Tal vez cada uno de nosotros tenga también un tipo al que sencillamente no podemos soportar. La repelencia entre ambos es una fuerza natural, al igual que se repelen los polos positivos de dos imanes, hasta el punto de no poder estar juntos. Aunque solemos ser conscientes de la existencia del  otro, es una consciencia brumosa e indeterminada. Para nosotros, esa gente es como si no existiera. El mercurial y el marcial, dos tipos activos y negativos, se repelen el uno al otro con una fuerza mucho mayor que ninguno de los otros tipos humanos del eneagrama. Su instintiva repulsión puede manifestarse de un modo irracional, inmediato y violento. Se trata de dos fuerzas que son demasiado diferentes para poder soportar. Con frecuencia sus metas pueden parecer idéntica, pero al estar enfocadas desde direcciones distintas, existe el riesgo de un impacto explosivo, o un choque de cabezas.


 Cada una de estas atracciones y repulsiones constituye una conexión  dinámica, alimentada por la tensión de los opuestos. Cada una de ellas contiene no sólo el material necesario para crear material  necesario para crear deseos  poderosos, sino también las semillas de un rechazo  igualmente fuerte. Al mismo  tiempo, estas combinaciones son también una ilustración de nuestro mundo interno y describen las tendencias en lucha dentro de nosotros, nuestras propias batallas internas.



Proximamente el desarrollo de cada uno de los Tipos.




jueves, 22 de marzo de 2012

EL YO TRIADICO: LA TRÍADA DEL PENSAMIENTO


LA TRÍADA DEL PENSAMIENTO:


Hemos de estar dispuestos a liberarnos de la vida que hemos planeado para llevar la vida que nos espera.
JOSEPH CAMPBELL

    INTERÉS/ PREOCUPACIÓN: Estrategias y creencias.
    PROBLEMAS DE: Inseguridad y ansiedad.
    BUSCA: Seguridad.
    SENTIMIENTO SOTERRADO: Miedo.

Si la tríada del instinto se ocupa de mantener un sentido de sí mismo y la tría­da del sentimiento de mantener una identidad personal, la tríada del pensa­miento se ocupa de encontrar sentido de orientación interior y apoyo. Los sen­timientos dominantes en los tipos Cinco, Seis y Siete son la ansiedad y la inseguridad. Para decirlo de otro modo, a los tipos de la tríada del instinto les interesa resistirse a aspectos del presente; los tipos de la tríada del senti­miento están orientados hacia el pasado porque se han construido una ima­gen a base de recuerdos e interpretaciones del pasado; los tipos de la tríada del pensamiento están más preocupados por el futuro, como si preguntaran:
«¿Qué me va a ocurrir? ¿Cómo voy a sobrevivir? ¿Cómo prepararme para evitar que ocurran cosas malas? ¿Cómo avanzar en la vida? ¿Cómo arreglár­melas?».
La tríada del pensamiento se ha desconectado de los aspectos de nuestra verdadera naturaleza que en algunas tradiciones espirituales llaman la mente callada. La mente callada es la fuente de orientación interior que nos da la ca­pacidad de percibir la realidad tal como es. Nos permite ser receptivos a un conocimiento interior capaz de orientar nuestra acción. Pero así como rara vez estamos totalmente presentes en el cuerpo o en el corazón, rara vez acce­demos a esa cualidad de la mente callada y espaciosa; por el contrario, en la mayoría de nosotros la mente es una parlanchina, y por eso hay personas que pasan años en monasterios o en retiros para acallar sus mentes inquietas. En la personalidad, la mente no está callada y no «sabe» naturalmente; vive tra­tando de inventar alguna estrategia o fórmula para poder hacer aquello que crea que le permitirá funcionar en el mundo.

DIRECCIONES DE LA «HUIDA» EN LA TRIADA DEL PENSAMIENTO

Los tipos Cinco, Seis y Siete no logran tranquilizar sus mentes. Esto es un problema porque la mente callada nos permite sentirnos enormemente apoyados; en la mente callada surgen el conocimiento y la orientación inte­rior, y eso nos da seguridad para actuar en el mundo. Cuando están bloquea­das estas cualidades sentimos miedo. Sus reacciones al miedo distinguen a los tres tipos de la tríada del sentimiento.
El tipo Cinco reacciona retirándose de la vida y reduciendo sus necesi­dades personales; se cree demasiado frágil y poca cosa para sobrevivir a salvo en el mundo; el único lugar seguro es su mente, por lo tanto acumula allí lo que cree que le ayudará a sobrevivir hasta estar preparado para volver al mun­do. Los Cinco también piensan que no tienen suficiente para satisfacer las exigencias de la vida práctica. Se retiran hasta que logran saber algo o domi­nar alguna habilidad que les permita sentirse lo suficientemente seguros para salir del escondite.
El tipo Siete, por el contrario, se enfrenta a la vida y parece no tener miedo de nada. Al principio parece raro que los Siete estén en una tríada a cuyos tipos les afecta tanto el miedo, puesto que por fuera son muy aventureros. Pero, a pesar de las apariencias, tienen muchísimo miedo, aunque no del mundo exterior: tienen miedo de su mundo interior, de quedar atrapados en el dolor emocional, en la aflicción y, sobre todo, en sentimientos de ansiedad. Por lo tanto escapan sumergiéndose en la acti­vidad y la expectación de la actividad. Inconscientemente, el Siete inten­ta mantener ocupada la mente para que no afloren sus ansiedades y dolo­res soterrados.
En el tipo Seis, el central de esta tríada (situado en el vértice del trián­gulo equilátero), la atención y la energía están dirigidas hacia dentro y hacia fuera. Por dentro el Siete se siente angustiado, por lo cual se lanza a la activi­dad externa y la expectación del futuro, como el Siete. Pero una vez hecho esto, finalmente teme cometer errores y ser castigado o abrumado por exi­gencias impuestas, de modo que, como el Cinco, se «apresura a replegarse en sí mismo». Nuevamente lo asustan sus sentimientos y así continúa el ciclo reactivo, en que la ansiedad hace saltar su atención a su alrededor como una pelota de ping-pong.
Los tipos de la tríada del pensamiento tienden a tener problemas rela­cionados con lo que los psicólogos llaman la «fase de separación» del desa­rrollo del yo. En esta fase, alrededor de los dos a cuatro años de edad, los ni­ños comienzan a preguntarse: «¿Cómo puedo alejarme de la seguridad y cuidados de mamá? ¿Qué es seguro y qué es peligroso?». En circunstancias ideales, la figura paterna se convierte en apoyo y guía, la persona que ayuda al niño a desarrollar habilidades e independencia.
Los tipos de esta tríada representan las tres formas como los niños po­drían intentar negociar la fase de separación y superar la dependencia. El tipo Seis busca a alguien semejante a una figura paterna, una persona que sea fuerte, digna de confianza y autoritaria; así, los Seis se las arreglan con la pér­dida de orientación interior buscando orientación en los demás; buscan apoyo para independizarse, pero lo irónico es que tienden a depender justamen­te de la persona o el sistema que emplean para encontrar la independencia. El tipo Cinco está convencido de que el apoyo o es inasequible o indigno de confianza, de modo que trata de compensar la pérdida de orientación inte­rior resolviéndolo todo mentalmente y solo; pero dado que lo «va a hacer solo», cree que debe reducir la necesidad de y el aferramiento a alguien si quiere soltarse y ser independiente. El tipo Siete trata de soltarse buscando sustitutos del sustento y cuidado maternos; va tras aquello que crea que le hará sentir más satisfecho y seguro; al mismo tiempo, a la falta de orientación interior reacciona probándolo todo, como si mediante el proceso de elimi­nación pudiera descubrir la fuente de sustento y cuidado que busca secretamente.

fin del capítulo acerca del YO TRIADICO.

LA TRIADA DEL SENTIMIENTO


YO TRIADICO: LA TRÍADA DEL SENTIMIENTO


LA TRÍADA DEL SENTIMIENTO

Lo único que hemos de hacer es abandonar el hábito de considerar real lo que es irreal. Todas las prácticas religiosas tienen por única finalidad ayudarnos en esto. Cuando dejemos de considerar real lo que es irreal quedará la realidad sola y eso seremos.
RAMANA MAHARSHI

    INTERÉS/ PREOCUPACIÓN: Amor al yo falso e imagen propia.
    PROBLEMAS DE: Identidad y hostilidad.
    BUSCA: Atención.
    SENTIMIENTO SOTERRADO: Vergüenza.

En la tríada del instinto vimos cómo rara vez ocupamos de verdad nuestro cuerpo y estamos presentes con plena vitalidad. Del mismo modo, rara vez nos atrevemos a estar totalmente en el corazón. Cuando lo estamos suele ser algo avasallador; por lo tanto, sustituimos el poder del verdadero sentimien­to por todo tipo de reacciones. Este es el dilema principal de la tríada del sen­timiento, la de los tipos Dos, Tres y Cuatro.
En el plano más profundo, las cualidades del corazón son la fuente de nuestra identidad. Cuando uno abre el corazón sabe quién es y «quien es» no tiene nada que ver con lo que los demás piensan de uno y nada que ver con la historia pasada. Uno tiene una cualidad particular, un sabor, algo que es único e íntimamente propio. Es mediante el corazón que reconocemos y va­loramos nuestra verdadera naturaleza.
Cuando estamos conectados con el corazón nos sentimos amados y va­lorados. Además, como enseñan las grandes tradiciones espirituales, el cora­zón revela que somos amados y valorados. Nuestra participación de la natura­leza divina significa que no sólo somos amados por Dios, sino también que la presencia del amor mora en nosotros, somos los conductos por los cuales entra el amor en el mundo. Cuando tenemos cerrado y bloqueado el corazón no sólo perdemos contacto con nuestra verdadera identidad, sino que ade­más no nos sentimos amados ni valorados. Esta pérdida es insoportable, por lo tanto interviene la personalidad para crear una identidad sustituía y en­contrar otras cosas que nos den sensación de valía, generalmente buscando la atención y la afirmación externas de los demás.
Así pues, los tres tipos de personalidad de la tríada del sentimiento están interesados ante todo en el desarrollo de su imagen. Compensan su falta de conexión más profunda con las cualidades esenciales del corazón erigiendo una falsa identidad e identificándose con ella. Entonces presentan esa ima­gen a los demás (y a sí mismos) con la esperanza de atraer amor, atención, aprobación y sensación de valía.
Desde el punto de vista psicológico, los tipos Dos, Tres y Cuatro son los más preocupados por su «herida narcisista», es decir, por lo que no se valoró de ellos en su infancia. Dado que nadie se gradúa de la infancia sin una he­rida narcisista de cierta envergadura, de adultos tenemos muchísima dificul­tad para ser auténticos los unos con los otros. Permanece el temor, una vez todo dicho y hecho, de que en realidad estemos vacíos y no valgamos nada. La trágica consecuencia de esto es que casi nunca nos vemos ni nos dejamos ver mutuamente, seamos del tipo que seamos. Reemplazamos lo que somos por una imagen, como si dijéramos al mundo: «Esta imagen soy yo. Te gusta, ¿verdad?». Es posible que los demás nos aprueben (es decir, que aprueben nuestra imagen), pero mientras no nos identifiquemos con nuestra persona­lidad, siempre quedará algo más profundo sin validación.
Los tipos de la tríada del sentimiento nos presentan tres soluciones diferentes para este dilema: complacer a los demás para caerles bien (tipo Dos); realizar cosas y sobresalir de algún modo para conseguir admira­ción y validación (tipo Tres), o tener una compleja historia sobre uno mismo y dar tremenda importancia a todas las características personales (tipo Cuatro).
Los dos temas principales de esta tríada entrañan problemas de identidad («¿Quién soy?») y de hostilidad («Te odio porque no me amas como yo quie­ro»). Dado que en su inconsciente los tipos Dos, Tres y Cuatro saben que su identidad no es una expresión de lo que son realmente, reaccionan con hos­tilidad siempre que no se valora su personalidad-identidad. La hostilidad les sirve para desviar la atención de las personas que podrían poner en duda o subvalorar su identidad y para defenderse de los sentimientos más profundos de vergüenza y humillación.
El tipo Dos busca valía en la buena opinión de los demás. Desea ser de­seado; trata de obtener reacciones favorables dando a los demás su energía y atención. Busca reacciones positivas a sus gestos de amistad, ayuda y bondad con el fin de fortalecer su autoestima. El enfoque de sus sentimientos es ha­cia fuera, hacia los demás, pero la consecuencia es que suele tener dificultad para saber qué le dicen sus sentimientos. También se siente a menudo poco valorado, aunque hace todo lo posible por ocultar la hostilidad que esa sen­sación le genera.
El tipo Cuatro es lo contrario: su energía y su atención las dirige hacia dentro para mantener una imagen basada en sentimientos, fantasías e histo­rias del pasado. Su personalidad-identidad se centra en «ser distinto», y en consecuencia suele sentirse distanciado de los demás. Tiende a generar y sos­tener estados de ánimo o humor en lugar de permitir que surjan los senti­mientos que están realmente presentes. Los Cuatro menos sanos suelen con­siderarse víctimas y prisioneros de su pasado; creen que no tienen esperanza de ser de otro modo debido a todas las tragedias y abusos que han sufrido. Así también atraen hacia sí atención y lástima y, por lo tanto, cierto grado de validación.
El tipo Tres, el del centro de esta tríada (situado en el vértice del trián­gulo equilátero), dirige su atención y energía hacia dentro y hacia fuera. A se­mejanza de los Dos, necesita reacciones y opiniones positivas y validación de los demás. El Tres busca principalmente la valía mediante logros; desarrolla ideas sobre cómo sería una persona valiosa y luego trata de ser esa persona. Pero también «su conversación interior consigo mismo» es muy activa, para generar y mantener así un cuadro interno de sí mismo coherente, como el Cuatro. También corre el riesgo de «creerse su propia propaganda» más que la verdad.

DIRECCIÓN DE LA IMAGEN PROPIA EN LA TRÍADA DEL SENTIMIENTO

Pese a las diversas imágenes que presentan estos tipos, en el fondo todos se sienten sin valía, y muchos de los hechos de su personalidad son intentos de disfrazarse, para ocultarse de sí mismos y de los demás. Los Dos obtienen una sensación de valía diciendo: «Sé que valgo porque los demás me quieren y me valoran. Hago el bien a los demás y me lo agradecen»; son salvadores. En el lado opuesto del espectro, los Cuatro son los salvados-, se dicen: «Sé que valgo porque soy único, distinto a todos los demás. Soy especial porque al­guien se coma el trabajo de salvarme; alguien se toma la molestia de preocu­parse por mi aflicción, eso quiere decir que me lo merezco». Los Tres son mo­delos de quienes no necesitan ser salvados, como si dijeran: «Sé que valgo porque consigo las cosas, no tengo nada mal. Valgo debido a lo que realizo». Pese a sus métodos individuales para «fortalecer la estima propia», a estos tres tipos les falta amor por sí mismos.
Mientras los tipos de la tríada del instinto tratan de controlar senti­mientos de rabia, los de la tríada del sentimiento tratan de contender con sentimientos de vergüenza. Cuando en la primera infancia no están reflejadas las cualidades esenciales auténticas, llegamos a la conclusión de que hay algo malo en nosotros; el sentimiento resultante es la vergüenza. Procurando sen­tirse valiosos mediante su imagen propia, estos tipos pretenden escapar a los sentimientos de vergüenza. Los Dos son superbuenos, tratan de atender y servir a los demás para no sentir vergüenza; los Tres se hacen perfectos en su actuación y sobresalientes en sus logros para poder resistir la vergüenza, y los Cuatro evitan los sentimientos más profundos de vergüenza dramatizando sus pérdidas y heridas y considerándose víctimas.


EN LA PRÓXIMA ENTRADAS VEREMOS: LATRÍADA DEL PENSAMIENTO

EL YO TRIADICO Y LOS CENTROS

EL YO 
TRIÁDICO 

 Si los seres humanos fuéramos capaces de permanecer centrados en nuestra unidad esencial no tendríamos necesidad del eneagrama. Pero sin trabajar en nosotros no podemos centrarnos. Una percepción universal de las grandes tradiciones espirituales es que la naturaleza humana está dividida, en contra de sí misma y en contra de lo divino. De hecho, nuestra falta de uni¬dad es más característica de nuestra realidad «normal» que de nuestra unidad esencial.
Con sorpresa el símbolo del eneagrama toma en cuenta ambos aspectos de la naturaleza humana, en su unidad (el círculo) y en la forma en que está dividida (el triángulo y la hexada). Cada parte del eneagrama nos re¬vela verdades psicológicas y espirituales acerca de quienes somos, profundi¬zando nuestra comprensión de nuestra difícil situación a la vez que nos su¬giere soluciones.
En esta entrada examinaremos las principales formas en que se ha dividido la unidad original de la psique humana: en tríadas, grupos diferentes de tres. Los nueve tipos no son categorías aisladas, sino que están relacionadas de modos extraordinariamente ricos y profundos cuyos sentidos trascienden los tipos psicológicos individuales.
 LAS TRIADAS

Las tríadas son importantes para el trabajo de transformación porque es­pecifican dónde está nuestro principal desequilibrio; representan los tres principales grupos de problemas y defensas del ego, y revelan las principa­les maneras en que contraemos nuestra percepción y nos limitamos.


Esta primera agrupación de tipos se fundamenta en los tres componentes básicos de la psique humana: instinto, sentimiento y pensamiento. Según la teoría del eneagrama, estas tres funciones están relacionadas con «centros» sutiles del cuerpo humano, y la personalidad se fija principalmente en uno de esos centros. Los tipos Ocho, Nueve y Uno constituyen la triada del instinto; los tipos Dos, Tres y Cuatro forman la tríada del sentimiento y los tipos Cinco, Seis y Siete son la triada del pensamiento. Vale la pena observar que la medicina moderna también divide el cerebro humano en tres componentes básicos: el cerebro primitivo o instintivo; el sistema límbico o cerebro emocional y el córtex cerebral o parte pensante del cerebro. Algunos profesores del eneagrama denominan también los tres centros como cabeza, corazón y vísceras, o centros del pensar, del sentir y del hacer respectivamente.
Sea cual sea nuestro tipo, nuestra personalidad contiene los tres componentes: instinto, sentimiento y pensamiento. Los tres se relacionan mutuamente y no podemos trabajar uno sin influir en los otros dos. Pero a la mayoría, atrapados como solemos estar en el mundo de la personalidad, nos cuesta distinguir esos componentes. Nada en nuestra educación moderna nos ha enseñado a hacerlo.
Cada una de estas tríadas representa una gama de capacidades o funciones esenciales que se han bloqueado o distorsionado. La personalidad, entonces, trata de llenar los huecos donde se ha bloqueado nuestra esencia, y la tríada en que está nuestro tipo indica dónde actúan con más fuerza las constricciones a nuestra esencia y el relleno artificial de la personalidad. Por ejemplo, en el caso de una persona tipo Ocho, se le ha bloqueado la cualidad esencial de la fuerza; entonces interviene su personalidad, que intenta imitar la verdadera fuerza, hace que actúe con dureza y que se imponga a veces de modo no apropiado. La falsa fuerza de su personalidad ha tomado el mando y ocultado el bloqueo de la verdadera fuerza, incluso a la propia persona. Mientras no comprenda esto, esta persona no podrá reconocer ni recuperar su fuerza esencial auténtica. De modo similar, cada tipo de personalidad reemplaza otra cualidad esencial por una imitación con la que se identifica y trata de hacer lo mejor posible. Paradójicamente, si el tipo de una persona está en la tríada del sentimiento, eso no significa que tenga más sentimiento que los demás. De igual modo, si alguien está en la tríada del pensamiento no por eso es más inteligente que los demás. En realidad, en cada tríada, la función que le corresponde (instinto, sentimiento o pensamiento) es la función que con más fuerza ha formado el ego a su alrededor y es por lo tanto el componente de la psique menos capaz de funcionar libremente.



La vida animal apoya todos los intereses espirituales.
 GEORGE SANTAYANA  


LOS TEMAS PRINCIPALES DE LAS TRES TRIADAS 
La triada del instinto 
Los tipos Ocho, Nueve y Uno procuran resistirse a la realidad (crean¬do límites para el yo basados en tensiones físicas). Estos tipos tienden a tener problemas de agresividad y represión; bajo las defensas del ego llevan muchísima ira.
La triada del sentimiento
Los tipos Dos, Tres y Cuatro están interesados en su imagen (apego al falso o supuesto yo de su personalidad). Creen que las historias sobre ellos y sus supuestas cualidades son su verdadera identidad; bajo las de¬fensas de su ego llevan muchísima vergüenza.
 La triada del pensamiento
 Los tipos Cinco, Seis y Siete tienden a la ansiedad (experimentan falta de apoyo y orientación). Se entregan a comportamientos que ellos creen que van a mejorar su seguridad; bajo las defensas de su ego llevan muchísimo miedo.



Cuando uno describe o explica o sólo siente interiormente su «yo», lo que hace en realidad, lo sepa o no, es trazar un límite o frontera mental en el campo de su experiencia, y todo lo que queda dentro de ese limite es lo que se siente o se llama «yo», mien¬tras todo lo que queda fuera de ese límite se siente o se llama «no yo». En otras palabras, la identi¬dad del yo depende totalmente de dónde se traza el limite fronterizo.
 KEN WILBER


LA TRIADA DEL INSTINTO:
Los tipos Ocho, Nueve y Uno se han formado en torno a deformaciones de sus instintos, que son la raíz de nuestra fuerza vital y vitalidad. La tríada del instinto tiene que ver con la inteligencia del cuerpo, con el funcionamiento básico vital y la supervivencia.
El cuerpo tiene un papel importantísimo en todas las formas de trabajo espiritual auténtico, porque devolver conciencia al cuerpo afirma la cualidad de la presencia. El motivo es bastante obvio: mientras la mente y los senti­mientos pueden vagar hacia el pasado o hacia el futuro, el cuerpo sólo existe en el aquí y el ahora, en el momento presente. Este es uno de los motivos funda­mentales de que prácticamente todo trabajo espiritual importante comience con retornar al cuerpo y conectar más con él.
Además, los instintos del cuerpo son las energías más potentes con las que tenemos que trabajar. Cualquier transformación verdadera ha de contar con ellos y cualquier trabajo que no los tome en cuenta con seguridad crea­rá problemas.
El cuerpo tiene una inteligencia y una sensibilidad pasmosas, y también posee su propio lenguaje y su forma de conocer. En las sociedades indígenas, como las tribus aborígenes de Australia, las personas han conservado una re­lación más franca con la inteligencia del cuerpo. Se han documentado casos de personas que han sabido en sus cuerpos que uno de sus parientes sufría una herida o lesión a muchos kilómetros de distancia. Este conocimiento corporal les ha permitido ir hasta la persona lesionada para auxiliarla.
En las sociedades modernas la mayoría estamos casi totalmente separa­dos de la sabiduría de nuestro cuerpo. El término psicológico para designar esto es disociación; en el lenguaje cotidiano lo llamamos irse, marcharse. En un día ajetreado y estresante, es posible que sólo sintamos el cuerpo si hay dolor corporal. Por ejemplo, normalmente no nos fijamos en que tenemos pies a menos que los zapatos nos queden demasiado estrechos. Pese a que la espalda es muy sensible, por lo general no tenemos conciencia de ella a no ser que recibamos un masaje, o tengamos una insolación o una lesión en ella, y a veces ni siquiera así.
Cuando de veras habitamos nuestro centro instintivo, es decir, cuando ocupamos totalmente nuestro cuerpo, este nos da una profunda sensación de plenitud, estabilidad y autonomía o independencia. Cuando perdemos con­tacto con nuestra esencia, la personalidad intenta «llenarla», proporcionando una falsa sensación de autonomía.
Para darnos esa falsa sensación de autonomía, la personalidad crea lo que en psicología se llama límites del ego. Con esos límites del ego podemos decir: «Esto soy yo y eso no soy yo. Eso no es yo, pero esta sensación (o pen­samiento o sentimiento) sí soy yo». Por lo general creemos que esos límites se corresponden con la piel y por lo tanto con las dimensiones del cuerpo, pero eso no siempre es así.
Esto se debe a que notamos tensiones habituales, no necesariamente los contornos del cuerpo. También podríamos notar que casi no tenemos sensa­ciones en algunas partes del cuerpo: se perciben insensibles, vacías. La verdad es que siempre llevamos con nosotros una sensación del yo que tiene poco que ver con cómo es en realidad nuestro cuerpo, donde está o qué estamos haciendo. El conjunto de tensiones internas que genera nuestro sentido in­consciente del yo es el cimiento de la personalidad, la primera capa.
Si bien todos los tipos emplean límites del ego, los tipos Ocho, Nueve y Uno lo hacen por un motivo particular: intentan usar su voluntad para influir en el mundo sin dejarse influir por él. Tratan de influir en su entorno, de re­hacerlo, de controlarlo, de refrenarlo, sin que este influya en su sentido de identidad. Para decirlo de otro modo, estos tres tipos se resisten, de diferentes modos, a la influencia de la realidad. Tratan de crear una sensación de inte­gridad y autonomía erigiendo un «muro» entre lo que consideran yo y lo que consideran no yo, aunque el lugar donde se levantan estos muros varía de tipo en tipo y de persona en persona.
Los límites del ego se clasifican en dos categorías. El primer límite está dirigido hacia fuera, y suele corresponder al cuerpo físico, aunque no siem­pre. Cuando nos cortamos las uñas o el pelo, o se nos extrae un diente, deja­mos de considerarlos partes de nosotros. A la inversa, es posible que subconscientemente consideremos partes nuestras a ciertas personas o pose­siones (casa, cónyuge o hijos), aunque ciertamente no lo son.
El segundo límite está dirigido hacia dentro. Por ejemplo, decimos que «tuvimos un sueño», y no pensamos que somos el sueño. También considera­mos separados de nuestra identidad algunos pensamientos o sentimientos, mientras que nos identificamos con otros. Como es lógico, diferentes perso­nas se identifican con diferentes sentimientos o pensamientos. Una persona podría experimentar la rabia como parte de sí misma, mientras otra conside­ra la rabia algo ajeno a ella. Pero en todos los casos es importante recordar que estas divisiones son arbitrarias y resultado de los hábitos de la mente.
En el tipo Ocho, el límite del ego está principalmente dirigido hacia fuera, contra el entorno; el centro de atención es también externo. La consecuencia es una expansión y desbordamiento de la vitalidad del Ocho en el mundo. Los Ocho gastan energía constantemente para que nada pueda acercárseles demasiado y herirlos. Su actitud hacia la vida viene a decir: «Nada me va a dominar. Nadie va a penetrar mis defensas para herirme. Voy a estar en guar­dia». Cuanto más herido se sintió el Ocho en su infancia, más amplio será el límite de su ego y más difícil resultará a los demás llegar hasta él.
Las personas tipo Uno también tienen un límite contra el mundo exte­rior, pero están mucho más interesadas en mantener su límite interno. Todos te­nemos aspectos que no aprobamos o de los que desconfiamos, que nos an­gustian y de los que deseamos defendernos. Los Uno gastan muchísima energía tratando de contener ciertos impulsos inconscientes, tratando de im­pedir que afloren a la conciencia. Es como si se dijeran: «No quiero ese sen­timiento. No quiero tener esa reacción ni ese impulso». Generan muchísima tensión física para contener sus límites interiores y mantener a raya aspectos de su naturaleza interior.

DIRECCIONES DE LOS LÍMITES DEL EGO EN LA TRIADA DEL INSTINTO





EN LA PRÓXIMAS ENTRADAS SE VERÁ: LA TRIADA DEL SENTIMIENTO y LA TRIADA DEL PENSAMIENTO



martes, 18 de octubre de 2011

LA SABIDURÍA DE ENEAGRAMA RISO





CAPÍTULO 2



 Entérate de lo que eres, y sé lo que eres.

PINDARO


El actual eneagrama de los tipos de personalidad no procede de una sola fuente. Es un híbrido, una amalgama moderna proveniente de varias tradi­ciones de sabiduría antigua combinadas con la psicología moderna. Diversos autores han especulado sobre sus orígenes, y sus entusiastas han elaborado una buena cantidad de folclore sobre su historia y desarrollo, pero, por des­gracia, gran parte de la información que se transmite es errónea. Muchos autores antiguos atribuían todo el sistema a los maestros sufíes, lo cual aho­ra sabemos que no es así.
Para comprender la historia del eneagrama es necesario distinguir entre su símbolo y los nueve tipos de personalidad. Es cierro que el símbolo del enea­grama es antiguo, tiene unos 2.500 años de antigüedad o más. De igual modo, las ideas que finalmente llevaron al desarrollo de la psicología de los nueve tipos se remonta por lo menos al siglo IV y tal vez a antes. Sin embargo, sólo ha sido en las últimas décadas cuando se han unido estas dos fuentes.
El origen exacto del símbolo del eneagrama se ha perdido para la histo­ria; no sabemos de dónde procede, así como no sabemos quién inventó la rueda ni quién inventó la escritura. Se dice que se originó en Babilonia alre­dedor del año 2500 a. de C., pero hay pocas pruebas fehacientes de que sea así. Muchas de las ideas abstractas relacionadas con el eneagrama, por no de­cir su derivación de la geometría y las matemáticas, sugieren que podría te­ner raíces en el pensamiento griego clásico. Las teorías que subyacen al dia­grama se pueden encontrar en las ideas de Pitágoras, Platón y algunos filósofos neoplatónicos. En todo caso, está claro que forma parte de la tradi­ción occidental que dio origen al judaismo, el cristianismo y el islam, así como a las filosofías hermética y gnóstica, aspectos de las cuales se encuentran en estas tres grandes religiones proféticas.
En todo caso, de lo que no cabe duda es que el responsable de introdu­cir el símbolo del eneagrama en el mundo moderno fue George Ivanovich Gurdjieff. Gurdjieff era armenio-griego nacido alrededor de 1875; de joven se interesó por el conocimiento esotérico y se convenció de que los antiguos habían desarrollado una ciencia completa para transformar la psique huma­na y que ese conocimiento se había perdido después. Junto con un grupo de amigos que compartían su deseo de recuperar esa ciencia perdida de trans­formación humana dedicó la primera parte de su vida a investigar todo tipo de sabiduría antigua que lograba encontrar. Estos amigos formaron un gru­po llamado Buscadores de la Verdad (SAT: Seekers After Truth) y decidieron explorar las diferentes enseñanzas y sistemas de pensamiento cada uno por separado y reunirse periódicamente para comunicarse lo aprendido. Viajaron mucho, visitaron Egipto, Afganistán, Grecia, Persia, India y Tíbet, pasaron periodos en monasterios y santuarios remotos y aprendieron todo lo que pu­dieron acerca de las tradiciones de sabiduría antiguas.
En algún lugar durante sus viajes, posiblemente en Afganistán o Tur­quía, Gurdjieff encontró el símbolo del eneagrama. Después desarrolló su síntesis de lo que él y los demás miembros del grupo habían descubierto. Acabó sus muchos años de investigación justo antes de la Primera Guerra Mundial y comenzó a enseñar en San Petersburgo y Moscú, atrayendo de in­mediato un público entusiasta.
Gurdjieff enseñaba un compendio vasto y complejo de psicología, espi­ritualidad y cosmología cuyo objetivo era ayudar a los alumnos a compren­der su lugar en el Universo y su finalidad en la vida. Gurdjieff también ense­ñaba que el eneagrama era el símbolo principal y más importante de su filosofía. Afirmaba que una persona no comprende algo por completo mien­tras no lo entiende desde el punto de vista del eneagrama, es decir, mientras no sabe colocar correctamente los elementos de un proceso en los puntos co­rrectos del eneagrama, para ver así las partes interdependientes del todo que se sostienen unas a otras. Así pues, el eneagrama que enseñaba Gurdjieff era ame todo un modelo de procesos naturales, no una tipología psicológica.
Gurdjieff explicaba que el símbolo del eneagrama tiene tres partes que representan tres leyes divinas que rigen toda la existencia. La primera de es­tas partes es el círculo, mándala universal usado casi en todas las culturas. El círculo representa la unidad, la totalidad y la unicidad, y simboliza la idea de que Dios es uno, la característica distintiva de las principales religiones occi­dentales: el judaísmo, el cristianismo y el islam.
Dentro del círculo encontramos el siguiente símbolo, el triángulo. En la tradición cristiana, representa la Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. De modo similar, la cábala, enseñanza esotérica del judaísmo, afirma que Dios se manifiesta inicialmente en el Universo en forma de tres emanaciones o «esferas», las sefirot (Kéter, Bina y Jojmá), que aparecen en el principal sím­bolo de la cábala, el Árbol de la Vida. En otras religiones también vemos re­flejos de esta idea trinitaria: los budistas hablan de Buda, Dharma y Sangha; los hindúes, de Visnú, Brahma y Siva, y los racistas hablan del Cielo, la Tie­rra y el Hombre.
Es notable cómo casi todas las principales religiones del mundo enseñan que el Universo es una manifestación no de dualidad, como enseña la lógica occidental, sino de trinidad. Nuestra manera habitual de mirar la realidad se basa en pares de opuestos, por ejemplo bueno y malo, blanco y negro, mas­culino y femenino, introvertido y extrovertido, etcétera. Las tradiciones an­tiguas, no obstante, no ven hombre y mujer sino hombre, mujer e hijo/a; las cosas no son blancas o negras sino blancas, negras y grises.
A este fenómeno Gurdjieff lo llamó la «Ley de Tres»; según esta ley todo lo que existe es resultado de la interacción de tres fuerzas (las que sean, en una situación o dimensión dada). Incluso parece que los descubrimientos de la física moderna apoyan esta idea de la Ley de Tres; en la escala subatómica, los átomos están formados por protones, electrones y neutrones, y en lugar de haber cuatro fuerzas fundamentales de la naturaleza, como se creía antes, la física ha descubierto que en realidad sólo hay tres: la fuerza fuerte, la fuer­za débil y el electromagnetismo.


Toma el entendimiento de Oriente y el conocimiento de Occidente y después busca.GURDJIEFF



Acuérdate de ti siempre y en todas partes.

GURDJIEFF

La tercera parte de este símbolo triple es la hexada (la figura cuyo trazo sigue los números 1-4-2-8-5-7). Esta figura simboliza lo que Gurdjieff llamó la «Ley de Siete», que tiene que ver con el proceso y el desarrollo en el tiem­po; afirma que nada es estático, todo se mueve y se convierte en otra cosa. In­cluso las piedras y las estrellas se transforman finalmente. Todo cambia, se re-cicla, evoluciona o se transfiere, aunque de modos legítimos y previsibles según su naturaleza y las fuerzas que actúan sobre ello. Los días de la sema­na, la tabla periódica y la octava de la música occidental se basan en la Ley de Siete.
Uniendo estos tres elementos (círculo, triángulo y hexada) obtenemos el eneagrama. Es un símbolo que representa la integridad de una cosa (el círcu­lo), cómo su identidad resulta de la interacción de tres fuerzas (el triángulo) y cómo evoluciona o cambia con el tiempo (la hexada).


Gurdjieff enseñaba el eneagrama mediante una serie de bailes sagrados, explicaba que debía considerarse un símbolo vivo, dinámico, móvil, no estático. Sin embargo, en ninguno de los escritos publicados de Gurdjieff ni de sus discípulos habla del eneagrama de los tipos de personalidad. Los oríge­nes de ese eneagrama son más recientes y se basan principal­mente en dos fuentes modernas.
La primera es Óscar Ichazo. Igual que Gurdjieff, ya desde muy joven a Ichazo le fascinó el descubrimiento de conoci­mientos perdidos. En su infancia aprovechó su extraordinaria inteligencia para asimilar textos filosóficos y metafísicos de la vasta biblioteca de su tío. Muy joven viajó desde su casa, en Bolivia, a Buenos Aires y después a otras partes del mundo
en busca de sabiduría antigua. Después de viajar por Oriente Medio y otras regiones, regresó a Sudamérica y comenzó a destilar lo que había aprendido.
Ichazo investigó y sintetizó los numerosos elementos del eneagrama has­ta que, a comienzos de los años cincuenta, descubrió la conexión entre el símbolo y los tipos de personalidad. Los nueve tipos que relacionó con el símbolo del eneagrama proceden de una tradición antigua, la de recordar los nueve atributos divinos como se reflejan en la naturaleza humana. Estas ideas comenzaron con los neoplatónicos, si no antes, y aparecieron en las Eneadas de Plotino en el siglo III. Entraron en la tradición cristiana como sus opues­tos: la distorsión de los atributos divinos se convirtió en los siete pecados (o «pasiones») capitales, más otros dos (el miedo y la mentira o engaño).
Común al eneagrama y a los siete pecados capitales es la idea de que si bien los tenemos todos en nosotros, uno en particular aflora una y otra vez; esa es la causa de nuestro desequilibrio y de que quedemos atrapados en el ego. Ichazo exploró las ideas antiguas acerca de los nueve atributos divinos, desde Grecia a los padres del desierto del siglo IV, que fueron los primeros en desarrollar el concepto de los siete pecados capitales, y desde allí pasó a la li­teratura medieval, como en los Cuentos de Canterbury de Chaucer y el «Purgatorio» de Dante.
También exploró la antigua tradición judía de la cábala. Esta enseñanza mística se desarrolló en las comunidades judías de Francia y España entre los siglos XII y XIV de nuestra era, aunque tenía antecedentes en las tradiciones místicas judías antiguas, como también en el gnosticismo y el neoplatonis­mo. Un símbolo fundamental en la filosofía cabalística es el llamado Árbol de la Vida (Etz Hayim), que, a semejanza del eneagrama, contiene las ideas de unidad, trinidad y un proceso de desarrollo que entraña siete partes.
En un relámpago de genialidad, a mediados de los años cincuenta, Icha­zo consiguió situar en la secuencia correcta todo este material sobre el sím­bolo del eneagrama. Sólo entonces se unieron las diferentes corrientes de transmisión para formar la plantilla básica del eneagrama tal como lo cono­cemos hoy.
En 1970, el famoso psiquiatra Claudio Naranjo, que estaba desarrollan­do un programa de terapia gestalt en el Instituto Esalen de Big Sur (Califor­nia), y un buen número de otros pensadores del movimiento de potencial humano, viajaron a Arica (Chile) para estudiar con Ichazo, que dirigía un curso intensivo de 40 días diseñado para conducir a los alumnos a la auto-comprensión. Una de las primeras cosas en su programa era el eneagrama, junto con los nueve tipos o lo que él llamaba «fijaciones del ego».
De inmediato el eneagrama cautivó a un buen número de personas, en particular a Naranjo, que volvió a California y comenzó a enseñarlo junto con otros sistemas psicológicos que había estudiado. Naranjo se interesó en hacer la correspondencia entre los tipos del eneagrama y las categorías psi­quiátricas que él conocía, y comenzó a ampliar los breves esquemas de Icha­zo sobre los tipos. Un método para demostrar la validez del sistema fue reu­nir grupos de personas que se identificaban con un determinado tipo o cuyas categorías psiquiátricas se conocía y entrevistarlas para destacar las similitu­des y adquirir más información. Por ejemplo, reunía a todas las personas de su grupo que tenían personalidad compulsiva-obsesiva para observar cómo correspondían sus reacciones con las descripciones del tipo de personalidad Uno, etcétera.
El método de Naranjo de usar grupos de personas para comprender los tipos no es un tradición oral antigua como se ha afirmado a veces; tampoco el eneagrama de la personalidad proviene de un cuerpo de conocimientos que han llegado hasta nosotros desde una fuente oral. El uso de paneles o grupos comenzó con Naranjo a principios de los años setenta, y es sólo una manera de enseñar e iluminar el eneagrama.
Naranjo empezó a enseñar una primera versión del sistema a grupos particulares de Berkeley (California) y a partir de allí su enseñanza se exten­dió rápidamente. El eneagrama lo enseñaban entusiastas en la zona de la Ba­hía de San Francisco así como en las casas de retiro de los jesuitas por toda Norteamérica, donde uno de nosotros. Don, entonces seminarista jesuita, aprendió la primera versión. A partir del trabajo fundamental de Ichazo y Naranjo, varios otros, entre ellos nosotros, los autores de este libro, hemos desarrollado el eneagrama y descubierto muchas facetas nuevas.
Nuestro trabajo ha consistido principalmente en desarrollar la base psi­cológica de los tipos, redondeando las primeras descripciones muy breves y demostrando cómo el eneagrama está relacionado con otros sistemas psico­lógicos y espirituales. Don siempre ha estado convencido de que mientras no estén completa y correctamente definidas las descripciones de los tipos el eneagrama será de poca utilidad real para nadie, y en realidad sería una fuen­te de mala información y mal orientados intentos de crecimiento.
En 1977 hubo un progreso importante, cuando descubrió los «niveles de desarrollo». Los niveles revelaron las gradaciones de crecimiento y dete­rioro por los que pasa la gente a lo largo de su vida; mostraron qué rasgos y motivaciones van con cada tipo y por qué. En un plano más profundo, indicaron nuestro grado de identificación con la personalidad y nuestra conse­cuente falta de libertad. También subrayó las motivaciones psíquicas de los tipos, de modo distinto a las descripciones impresionistas que predominaban cuando comenzó a trabajar. Desarrolló estas y otras ideas, tales como las co­rrelaciones con otras tipologías psicológicas y presentó sus hallazgos en Personality Types (1987) y Understanding the Enneagram (1990).
Russ se unió a Don en 1991, al principio para ayudarlo a elaborar un cuestionario para identificar el tipo, que finalmente se convirtió en el Riso-Hudson Enneagram Type Indicator (RHETI), y después colaboró en la revi­sión de Personality Types (1996). Russ ha aportado su comprensión y expe­riencia de las tradiciones y prácticas que subyacen a la teoría del eneagrama. Después desarrolló más las ideas presentadas por Don, descubriendo muchas de las estructuras más profundas de los tipos así como muchas de las impli­caciones del sistema para el crecimiento personal. Desde 1991 los dos hemos dirigido talleres y seminarios por todo el mundo y muchas de las percepcio­nes que presentamos en este libro provienen de nuestra experiencia de traba­jar con nuestros alumnos. Tenemos el privilegio de trabajar con personas de todos los continentes habitados y de todas las religiones importantes. Conti­núa sorprendiéndonos e impresionándonos lo universal y lo práctico que es el eneagrama.


 DON RICHARD RISO & RUSS HUDSON
http://eneagramacuartocamino.blogspot.com